Nada fue distinto el sábado por la noche en el Bernabéu. Bueno, la cosa se agravó ligeramente. En el descanso del choque de los blancos ante el Athletic de Bilbao, el marcador reflejaba 1-1 ante unos leones que llevaban 25 minutos con un jugador menos. Tampoco las noticias que llegaban desde Sevilla eran buenas. El Barça ganaba 0-2. La Liga se escapaba. Con los dos equipos en vestuarios, los azulgranas eran campeones. ¿Y cuál fue la reacción en la grada? Silencio. Es más, hubo gente que se marchó, dando por perdida la lucha. Cayendo en la guerra, da igual ganar esta batalla, pensarían.
En instantes de reveses y pesimismo una consecuencia lógica puede ser el abatimiento y la desconexión pero…¿de todo un campo? ¿Siempre igual? ¿No brota en el interior de ningún aficionado el espíritu de levantamiento? Ese silencio en las gradas, cuando vienen mal dadas, es tónica habitual en el Bernabéu. La profesión va por dentro, eso estoy seguro, porque cualquier gol rival molestará tanto al aficionado blanco (real) como a cualquier otro.
Pero…nunca, así, de la nada, se ha creado energía positiva en forma de vitores. Alguien externo siempre ha tenido que despertales del letargo, zarandearles en la pasividad. Unas veces ha sido desde el propio club –Juntos podemos, por ejemplo-, otras desde la prensa -la Cofradía del Clavo Ardiendo o «La conjura de los 98 puntos»- o gracias al propio equipo, que se ha levantado moribundo para que el aliento de la grada le dé, ahora sí, algo de oxígeno. El motu proprio no funciona en la hinchada de Chamartín, que se sube al carro cuando ya está en movimiento.
Los que no estéis de acuerdo con esta tesis argumentaréis que los espectadores de Chamartín han tenido mucho que ver en algunas reacciones de los blancos. Y no os quitaré la razón, pero sí apuntaré a que siempre ese levantamiento ha necesitado un estímulo. Para que ese aliento llegara a los jugadores, alguien tenía que hacerles reaccionar, y casi siempre han de ser ellos mismos, ya que el «jugador número 12» tarda en aparecer en esos momentos. Unos futbolistas muy proclives, por cierto, a empezar los partidos sesteando y con la necesidad de una activación de pulsaciones. Una reacción en forma de gol más generada por el empuje, el carácter y la camiseta que por otra cosa.
En alguna ocasión he escuchado que las aficiones son de dos clases: las que hacen despertar a los equipos y las que necesitan un entorno favorable para enchufarse en los partidos. Sin hablar de mejores y peores, sí me parecen más admirables las del primer grupo. Eso sí, la tendencia general, al menos en España, es la de ser más crítico y menos paciente. Hay migración masiva del primer bando al segundo. El aficionado del Madrid lleva tiempo, sin embargo, instalado en el mismo. Como diría el anuncio, FUJITSU.
últimos valientes